Desafiando mitos: consideraciones sobre la legitimidad de los procesos terapéuticos desarrollados en Trabajo Social
Resumen
Este artículo está organizado en dos segmentos planteados con una lógica didáctica. En un primer plano se presentan consideraciones conceptuales, históricas y teóricas sobre los procesos terapéuticos que se asumen desde el Trabajo Social, para clarificar la postura de la autora y el autor ante este tema. Esta disertación le permite al lector o lectora ingresar en un segundo nivel de análisis en el que se hace mención de los “mitos” que la autora y el autor han logrado captar en discusiones apenas iniciadas en la academia sobre esta forma de trabajo profesional.
Se toma entonces como punto de partida la concepción de cada “mito” y se plantea una propuesta para desmentir lo que se consideran interpretaciones inadecuadas de los procesos terapéuticos desarrollados en la profesión. Así pues, se desarrollan punto por punto argumentos desmitificadores sobre el tema en cuestión, esperando con esto brindar puntos claros para un debate que, como se mencionó líneas atrás, apenas empieza.
Abstract
This paper presents considerations, historical and theoretical, of the therapeutic processes that are assumed from Social Work. Subsequent to this, there is a mention of the “myths” that the authors managed to capture just at the beginning of discussions in academia on this form of professional work.
It then takes as its starting point the conception of each “myth” and puts forward a proposal to deny what is considered inappropriate interpretations of the therapeutic processes developed in the profession. Thus, we develop debunkers, point by point, of the arguments on the subject in question, doping to provide clear points for discussion.
Conceptos clave: Procesos terapéuticos, Trabajo Social, reconceptualización, mitos sobre la profesión.
Nociones conceptuales sobre la terapia en Trabajo Social
Definición de los procesos terapéuticos desarrollados por Trabajo Social
Hablar de procesos terapéuticos en la profesión de Trabajo Social no es un tema sencillo, ya que entraña un devenir histórico complejo, pero ante todo porque persiste en algunos sectores cierta distancia con el tema, asunto que es necesario develar y desmitificar. Con esa intención, lo primero es comprender qué se entiende por procesos terapéuticos en Trabajo Social.
Hablar de procesos terapéuticos en la profesión de Trabajo Social no es un tema sencillo, ya que entraña un devenir histórico complejo, pero ante todo porque persiste en algunos sectores cierta distancia con el tema, asunto que es necesario develar y desmitificar. Con esa intención, lo primero es comprender qué se entiende por procesos terapéuticos en Trabajo Social.
En este sentido, se considera que se trata de procesos de investigación-intervención realizados por un o una trabajadora social, que pretenden lograr el cambio subjetivo, relacional y comunicativo de las y los sujetos, con el fin de que translaboren[3], resignifiquen y superen el sufrimiento, o bien, que rompan con la repetitividad de su historia personal, familiar o comunitaria, cuando ésta se presenta como un obstáculo para su bienestar y el de su entorno (Rojas, 2008).
Esta forma de trabajo profesional se plantea como un proceso, es decir, como una serie de sucesos, interacciones y acciones interrelacionadas entre sí, que involucra la investigación para conocer qué situación debe trabajarse con las personas, y a su vez –no de forma separada- la intervención para lograr cambios a nivel subjetivo, en las relaciones y la comunicación. El fin de la terapia es que las personas logren sobrevivir, resignificar e incluso superar situaciones dolorosas, producto de causas sociales, y de la interacción de éstas con las decisiones de cada sujeto en su historia personal.
Esto de ninguna manera supone que las personas tengan que “adaptarse” a situaciones que les provocan sufrimiento, la labor terapéutica apunta, por un lado a que las personas decidan –cuando esto es posible cambiar aquellos aspectos de su cotidianeidad que atentan contra su bienestar, como podría ser un acoso laboral o sexual o una relación violenta, y de esta labor puede precisamente derivarse un proceso de denuncia. También, desde este tipo de trabajo profesional se asumen objetos como el duelo, donde lo que se trata precisamente es de elaborar la pérdida y en este sentido redefinir el proyecto de vida ante las nuevas circunstancias, o bien, la terapia puede centrarse en que las personas logren translaborar situaciones tan devastadoras como un abuso sexual, un accidente o una enfermedad crónica, entendiendo que esto implica tratar las secuelas que estos hechos tienen en la salud mental. La pregunta que surge ante estos aspectos es ¿por qué el Trabajo Social asume este tipo de procesos?
La atención terapéutica como respuesta a necesidades y derechos de la población.
Trabajo Social asume labores terapéuticas, no como un asunto antojadizo, sino ante las necesidades que presentan las personas a las que se dirige el trabajo profesional, esto porque, los objetos de investigación-intervención que se tratan cotidianamente en los espacios donde se desarrolla la profesión, provocan en la singularidad de cada humano o humana una serie de necesidades, algunas de carácter material e informativo, que se asumen desde la asistencia social, otras relacionadas con los requerimientos de capacitación y de reflexión colectiva que apuntan a respuestas educativas y promocionales, y otras de tipo subjetivo, vincular o comunicativo, que remiten a respuestas terapéuticas. Es innegable por ejemplo, que ante un desastre provocado por la interacción no respetuosa con la naturaleza, o por las características geomorfológicas de una zona en particular, las personas van a requerir asistencia para su alojamiento, alimentos, agua, vestido y vivienda, van además a necesitar información, organización de distintos actores y promoción para exigir el cumplimiento de sus derechos, y también van a necesitar contención, apoyo y por consiguiente una adecuada intervención en crisis, donde lo terapéutico y lo asistencial se funden para responder a la emergencia de forma integrada.
En este sentido, se considera que las personas como ciudadanas en el uso más amplio del término, tienen una serie de derechos que deben responderse desde los procesos que puede desarrollar Trabajo Social, entre los cuales está el derecho a la salud mental, derivado del derecho a la salud, cuya respuesta es posible mediante labores terapéuticas que prevengan daños mayores. Es claro que Trabajo Social está presente ante objetos de investigación-intervención de gran complejidad tales como enfermedades crónicas, fármacodependencia y alcoholismo, ideaciones o intentos de suicidio u homicidio, violencia doméstica e intrafamiliar, conflictos familiares, pérdidas generadas por desastres, entre otros, cuyas secuelas exigen necesariamente labores terapéuticas, que, como se hizo mención anteriormente, cuando se trata de la clase trabajadora es precisamente esta profesión la que brinda una respuesta, y la reflexión de fondo entonces es ¿qué tan amplia, integral y pertinente debe ser esa respuesta?.
Un aspecto relevante sobre este tema, es que al igual que las labores de gerencia social, socio-educativo promocionales e investigativas, la terapia es asumida también por otras profesiones, cabe entonces aclarar las particularidades que asume para Trabajo Social.
Los procesos terapéuticos de Trabajo Social, por la posición que la profesión ocupa en los espacios socio-ocupacionales, se han desarrollado principalmente en el ámbito público, y en menor medida en el privado, lo cual ha mediado su ejercicio, por las exigencias, características y limitantes institucionales; por las particularidades de los objetos de atención y por las posibilidades o restricciones que imponen las políticas sociales. Esto ha conllevado a la preferencia por las terapias breves y sumamente especializadas, ya que un número más reducido de sesiones permite tratar a mayor cantidad de población y utilizar propuestas relacionadas directamente con los objetos particulares, es más factible para justificar el accionar ante instituciones que esperan resultados que se evidencien de manera contundente (Rojas, 2007 a).
En Trabajo Social el objeto "se construye desde la reproducción cotidiana de la vida social de los sujetos, explicitada a partir de múltiples necesidades que se expresan como demandas y carencias" (Rozas, 1998: 30). El objeto se construye histórica y teóricamente en la profesión. Las necesidades particularizadas se entienden precisamente como objetos particulares, que al manifestarse en la vida cotidiana de las personas constituyen un producto histórico.
Debido a que "es el objeto el que nos demanda un determinado instrumental heurístico y un camino para conocerlo" (Montaño, 2000) es relevante que las características de los objetos particulares sean los que definan -desde la lectura de la realidad concreta- las respuestas profesionales, las cuales no se implementan de forma “pura” sino mediadas por condiciones económicas, políticas y sociales que marcan la pauta de las políticas sociales.
Otro rasgo bastante particular de Trabajo Social, es que los procesos terapéuticos se implementan paralela y complementariamente con otras formas de trabajo profesional como la asistencial, la socioeducativo promocional y la de gestión, con el apoyo esencial que implica la investigación, que es realizada como sustento para la toma de decisiones en el proceso de atención (Rojas, 2007 a). Esto implica que no se visualiza esta labor de forma aislada, sino como un complemento para responder a las múltiples necesidades que las personas presentan.
Relacionado con lo anterior, y como el rasgo que genera mayor distancia con otras profesiones que tratan la salud mental, los y las Trabajadoras Sociales realizan un proceso terapéutico contextualizado, es decir la persona no se comprende aislada de sus circunstancias sino en interacción con las mismas (Rojas, 2007 a), por ende las explicaciones de los objetos asumidos suelen remitir a aspectos sociales.
Otro rasgo relevante es que Trabajo Social no trata como parte de sus labores terapéuticas los aspectos intra-psíquicos o inconscientes, ni la experimentación con la conducta. Tampoco se practica el diseño y aplicación de test de personalidad (Rojas, 2007 a).
Un aspecto histórico de gran relevancia, es que las primeras labores que hoy denominamos como terapéuticas, en un inicio se enmarcaron dentro de lo que conocemos como “Método de caso”. En este sentido, las profesionales que fueron vinculándose a las instituciones de carácter social en los momentos primigenios de la profesión, con una formación bastante marcada en Psicología y Psiquiatría, iniciaron labores que hoy podrían enmarcarse como intervención en crisis, paralelamente con asistencia social, dentro de lo que se entendía como “Método de caso” (Rojas, 2007 a).
Este origen del trabajo terapéutico sin embargo no puede confundirse con el presente de este proceso de trabajo. Posteriormente con la Reconceptualización se dieron importantes cuestionamientos que calaron profundo en la profesión en toda América Latina, y que llevaron paulatinamente a reposicionar la teleología[4] de los procesos terapéuticos, que, como el resto de las labores profesionales surgieron con fines bastante adaptativos, pero que se fueron transformando.
Actualmente, las y los profesionales que realizan labores terapéuticas tienen diversas bases teórico-metodológicas y técnico-operativas para sustentar su trabajo cotidiano, y no reproducen los supuestos ya superados del tradicional “Método de caso”.
Bases teórico-metodológicas de la labor terapéutica
Como se mencionó en el apartado anterior, las labores terapéuticas tienen bases teórico-metodológicas diversas. Por un lado, hay una serie de aportes de la sociología, la historia, y la psicología, principalmente la psicología social, que permiten comprender las causas de las situaciones que son asumidas por el Trabajo Social. En este sentido se valora como punto de partida básico la comprensión que la teoría crítica puede aportar para develar las contradicciones principales del sistema capitalista y patriarcal en el que las personas ven violentadas sus posibilidades para tener una vida digna.
Es fundamental que las y los trabajadores sociales comprendan la relación que existe entre lo universal y lo singular, entre los condicionantes históricos y las manifestaciones inmediatas de la realidad social, en lo cual aporta también la teoría crítica, en especial las elaboraciones de la psicología social.
En el desarrollo de los procesos terapéuticos entonces se conjuga la comprensión de la realidad social que se expresa en cada sujeto por un lado, y por otro una serie de propuestas para el proceso de investigación-intervención en sí, donde es innegable el aporte de la Psicología, cuyas elaboraciones han permitido desarrollar bases teórico-metodológicas e instrumentos técnico-operativos que han sido releídos por el Trabajo Social, reelaborados y en algunos momentos también criticados, con el afán de contar con un abordaje que teórica y técnicamente guarde coherencia con las explicaciones de la realidad social. En este sentido hay que profundizar en la confusión que surge entre la psicologización y la psicología, aspecto que se tratará más adelante.
Los saberes que se generan en el Trabajo Social y en otras profesiones y disciplinas, son precisamente para compartir posibilidades de disertación y desarrollar procesos que impacten acertadamente a las poblaciones sujeto del quehacer profesional. Afirmar lo contrario, sería como decir que la historia es de los historiadores y las historiadoras.
Si bien se hizo mención del efecto positivo que tuvo la Reconceptualización, al abrir la posibilidad de criticar labores adaptativas que no permitían visualizar las contradicciones del sistema generador de injusticia social, ergo productor de sufrimiento, también hay críticas importantes que se pueden hacer a este movimiento, relacionadas con la negación de la propia historia.
Como afirmó en aquel entonces Flory Saborío (1975) los resultados positivos de la Reconceptualización se refieren a que este movimiento permitió la toma de conciencia del carácter histórico de la profesión y la reflexión crítica sobre las causas de las “problemáticas sociales”, como se les llamaba en esa época. Pese a esto, la misma autora señala como resultados negativos:
“La precipitación, improvisación y extremismo a que se ha llevado en algunos casos, provocando el cierre de oportunidades para el campo de acción del Trabajo Social, y aumentando la indefinición del rol profesional. Es el caso de las personas que han leído y asistido a eventos donde se discute el tema, les ha gustado el lenguaje y se han dedicado a transmitirlo, sin tener conciencia de las implicaciones” (Saborío, 1975: 130).
En la Reconceptualización se partió del supuesto de que lo realizado anteriormente en Trabajo Social era negativo y generaba condiciones funestas en la población. Esta visión se generalizó de forma tajante contra la terapia y la asistencia, desterrando y satanizando ambas expresiones profesionales, sin considerar el enorme potencial de replantear su teleología y sus propuestas –aspecto que la historia demostró que era posible-. Esto provocó, que muchos espacios conquistados por los y las profesionales durante décadas, se perdieran por la visión de que existía un Trabajo Social que iba a hacer sucumbir el sistema capitalista (Rojas, 2008) misión que hoy sabemos trasciende cualquier profesión, y no reconoce las contradicciones propias de la posición que Trabajo Social ocupa en la división sociotécnica del trabajo. Mientras las fuertes críticas de la corriente reconceptualizadora ocasionaban un impasse en las labores terapéuticas, este espacio profesional ya legitimado por Trabajo Social se descuidó, dando paso a que las graduadas y graduados de Psicología encontraran un campo abierto que asumir desde su vertiente clínica.
Se plantea entonces que la Reconceptualización negó lo construido y propuso casi un “iniciar de nuevo” como propuesta de cambio. En parte, esto fue producto de que este movimiento fue propiciado por académicos y académicas que tenían una visión libresca del trabajo profesional, y que consideraban que podían diseñar nuevas metodologías con la tarea de sentarse a traducir textos en pautas de trabajo.
Estas críticas a la Reconceptualización, si bien son una importante señal de alerta en el presente, pueden perderse si se cae nuevamente en una neo- reconceptualización, en la cual lo logrado por los y las profesionales en los espacios de trabajo se critica desde una postura academicista y promisoria, donde se niega la importancia y los alcances de las conquistas profesionales. El que Trabajo Social asuma labores terapéuticas con objetos altamente complejos que presenta la clase trabajadora se valora como conquista, y precisamente de ahí parte la necesidad de desmitificar este proceso de trabajo.
Mitos y propuestas desmitificadoras
¿Qué es un mito y por qué hablar de mitos?. En primer lugar, se reconoce con el término aquella explicación sobre la realidad que parte de una concepción idealizada de ésta. Los planteamientos realizados hasta el momento contra la terapia están mayoritariamente basados en un punto de vista retórico, especulativo y desapegado de la realidad material, ergo con carencia de sustento histórico e investigativo, por eso se trata de mitos.
En segundo lugar, todos los mitos relativos al tema parten de una falsa oposición entre Marxismo y Terapia. La intención de estos mitos no es explicar el fenómeno sino crear una falsa conciencia ideológica en torno a él, por lo cual se consideran tan importantes las propuestas desmitificadoras. Se identifican de esta forma seis mitos, ante los cuales se argumenta desde los fundamentos teóricos e históricos que la autora y el autor comparten.
Primer mito: “Toda intervención terapéutica es clínica y adaptativa”.
Propuesta desmitificadora:
El desarrollo de este mito tiene fuerte raigambre en el ideario de la profesión y tiene sus antecedentes en las valoraciones teóricas desarrolladas durante la Reconceptualización. (Ver: Kruse, 1976) Cabe recordar que entre otras particularidades, este periodo se caracterizó por partir de una concepción hegemónica bipolar sobre la profesión, en la que se planteaba la existencia de un Trabajo Social tradicional y de otro reconceptualizado crítico que habría de sustituirle.
Por otra parte este mito se sostiene sobre la base de un estereotipo infundado o bien sobre un importante desconocimiento acerca de la Psicología[5], y es el hecho de que esta ciencia social y profesión no constituye una totalidad monolítica e indiferenciada.
En primer lugar, la psicología presenta una importante variedad teórica-metodológica a su interior donde existen distintas posturas no exentas de conflictos entre sí. Piénsese por ejemplo la oposición ontológica y epistémica entre el conductismo y el psicoanálisis, y por otro lado en la psicología humanista –autodenominada tercera fuerza- en respuesta a las divergencias con las dos tendencias anteriores[6].
En segundo lugar, no todo el trabajo profesional de la psicología se desarrolla desde el ámbito clínico. Al igual que en Trabajo Social, la psicología constituye un trabajo especializado en función del valor de uso de los servicios que produce y de las necesidades de la sociedad capitalista que lo posibilitan, y en este sentido tiene un estatuto profesional que le ha permitido con legitimidad diferenciada insertarse en la división sociotécnica del trabajo. En la actualidad la acción profesional psicológica se desarrolla en múltiples planos que incluyen el clínico pero no se limitan a éste, tales como la investigación y la psicología comunitaria.
Aunado a esto, el Trabajo Social si bien ha retomado aportes de la Psicología y la Psiquiatría en los procesos terapéuticos, también ha desarrollado sus propias elaboraciones, tal es el caso de Naomi Golan en intervención en crisis, Virginia Satir en el campo de la terapia familiar y Michael White en la terapia narrativa, por poner algunos ejemplos.
En otro orden de cosas, el desarrollo de este mito lleva un mensaje implícito, y es el que si la profesión de Trabajo Social no desea ser reproductora de una práctica adaptativa y por ende conservadora, necesariamente deberá abandonar la atención terapéutica. La consecuencia de este planteamiento se observa al buscarle una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Qué hay con respecto al sufrimiento humano? ¿Se debe intervenir o no ante las consecuencias emocionales que se generan en la vida social dentro del capitalismo?.
Una respuesta negativa a estas interrogantes traería dos importantes consecuencias. La primera de ellas tiene que ver con una inadecuada mediación (o mejor dicho una yuxtaposición) de lo político social sobre lo individual personal. O dicho de otra manera, la intención de encontrar respuestas absolutas para los problemas singulares e inmediatos en el ámbito de lo universal.
La segunda, consecuencia tiene que ver con la invisibilización de un fenómeno de la subjetividad humana claramente desarrollado en la tradición marxista: la alienación.
Desde la tradición marxista la alienación es un proceso en el cual las personas se encuentran imposibilitadas para comprender la relación entre la realidad objetiva del mundo con su vivencia subjetiva (Lefebvre: 1969), o bien con la imposibilidad de conectar la apariencia fenoménica de la realidad con su esencia (Mandel y Novack, 1977). En este sentido quienes abogan por no abordar el sufrimiento humano mediante algún proceso terapéutico, subestimarían el hecho de que una persona en esta condición afrontaría serias dificultades para la producción creativa e inclusive para el aporte a una posible transformación política. Una persona que afronta dificultades para elaborar un proceso doloroso sin contención profesional, necesariamente corre riesgo inminente de quedar atrapado en el ámbito de lo inmediato.
En contraposición a esta posibilidad inmovilizante, cuando las personas asumen el cambio, sobrepasando los obstáculos que esto conlleva, rompen con las pautas estereotipadas y disociativas, que son precisamente las que generan estancamientos en el aprendizaje de la realidad o bien provocan el malestar subjetivo (Pichon-Rivière, 1978). Es decir, la translaboración del sufrimiento permite hacer rupturas en la historia personal, y amplía las posibilidades de que las personas puedan trascender el ámbito alienante. Cabe hacer mención de que no hay nada más funcional al sistema, que sujetos que no cuestionen siquiera sus circunstancias más cotidianas y queden atrapados o atrapadas en la repetitividad de su propia historia.
Como conclusión, tenemos que contrario a lo que plantea este mito, la atención terapéutica responde a necesidades de la singularidad humana, y se perfila con posibilidades de ser liberadora, contribuyendo a la toma de conciencia. Se comparte entonces una visión de la terapia congruente con un proyecto político profesional alternativo, que rechaza la visión adaptativa.
Segundo Mito: “Los procesos terapéuticos implican Psicologización de la Cuestión Social, y consecuentemente la Psicologización del proyecto profesional”
Propuesta desmitificadora:
Al igual que el mito anterior y en estrecha relación con éste, la segunda creencia en torno a la intervención terapéutica surge de la equiparación inadecuada de dos términos: Psicologización e Individualización. Esto es, que una cosa es asumir al individuo como sujeto de intervención y otra muy distinta asumir al individuo como sujeto de análisis.
Dentro de la tradición bibliográfica en Trabajo Social, el término “psicologizar” fue acuñado originalmente por José Paulo Netto (1992) para explicar el proceso de desarrollo ideológico de la profesión en los Estados Unidos en el siglo XX. La cita en la que hace alusión al proceso es la siguiente:
“... en este cuadro que podría sugerir una precipitación en el desarrollo profesional del Servicio Social, acentuando las preocupaciones sociocéntricas que existían embrionaria y tenuemente en las propocisiones de Richmond, ocurre un movimiento de viraje que tiende a psicologizar el proyecto profesional. Pero acaba por operarse y llevarse a la residualidad profesional las propuestas alternativas. Para esto, aparecen las alteraciones que sumaríamos líneas atrás y –fuertemente- la psicologización, que pasa por percorrer todo el bloque cultural-ideológico hegemónico, del que es índice la corriente psiquiátrica y, en seguida, psicoanalítica. Es este giro –que en si mismo no choca con los fundamentos del periodo anterior, los que tenían por soporte una concepción de sociedad vigorosamente individualista – que va a facilitar la interacción con la tradición europea, fundamentalmente marcada por la reducción de la problemática social a sus manifestaciones individuales, con la hipertrofia de los aspectos morales”. (itálica en el original, negritas del autor y la autora) (Netto, 1992:122-123).
Como puede observarse, Netto plantea el término psicologizar como un mecanismo ideológico que pretende presentar el contexto histórico como esencialmente bueno y por ende estaba fuera de la discusión profesional cualquier proceso para transformarlo, dado que la existencia de problemas sociales presentaban como causa la desviación de las personas –desde su individualidad- motivadas exclusivamente por trastornos emocionales.
Entendida así, la “psicologización” constituye una forma de explicar las manifestaciones de las contradicciones de la sociedad capitalista teniendo como criterio último y exclusivo la vivencia personal y soslayando por completo las determinaciones más universales del fenómeno. Dicho en otras palabras la “psicologización” de la cuestión social consiste en la explicación de la realidad universal, a partir de consideraciones puramente personal-singulares, en las cuales las personas son concebidas como las responsables exclusivas de su situación, dejando “libre de culpa” a las determinaciones societarias.
Un claro ejemplo de “psicologización” de la cuestión social se observa en la premisa ideológica del capitalismo neoliberal de que si una persona vive en condiciones de pobreza se debe a que no se esfuerza lo suficiente para superar su condición, o sea, es pobre porque quiere. O bien su contraparte, las y los empresarios tienen una condición de ventaja social por su temperamento emprendedor y voluntarioso, y por tanto su ejemplo puede ser imitado y seguido por todo aquel que se lo proponga seriamente.
Puede apreciarse en la cita de Netto, que en ningún momento hace referencia a la “psicologización” como trabajo profesional concreto, o sea, en lo expuesto no existe una condena tácita o explícita a la intervención concreta con finalidad terapéutica.
En otro orden de cosas, tenemos las consecuencias de la conclusión a la que se llega con la premisa del mito: la “psicologización” del proyecto profesional. La interpretación que se le da en nuestro contexto no guarda relación con lo señalado por el autor, y por el contrario parte de una segmentación positivista de las ciencias sociales en la que se asigna que los procesos de trabajo con finalidad terapéutica, corresponden única y exclusivamente a la psicología y que sí se desarrollan prácticas sociales en esta orientación se está invadiendo un campo del saber ajeno[7]. Esta concepción pasa por alto la inserción de la profesión en la división sociotécnica del trabajo, en la cual Trabajo Social ha logrado legitimarse social (ante la población meta) y funcionalmente (ante quien contrata a los y las profesionales) como agente interventor en el manejo del sufrimiento humano.
En síntesis se observa como a partir de una fuerte relación al mito anterior, este otro nace de una vinculación mecánica y viciada de lógica formal que equipara “psicologización” con las labores terapéuticas. En conclusión tenemos que la “psicologización” es un proceso que no se limita necesariamente al campo terapéutico, dado que las explicaciones culpabilizadoras e individualizantes se encuentran también en la: economía (neoclásica o neoliberal), la sociología o la filosofía. La intervención con esta finalidad no “psicologiza” si están claras las causas de los fenómenos sociales y se analiza de manera compleja la realidad.
Propuesta desmitificadora:
Este otro mito plantea que en el actual contexto neoliberal, la falta de recursos para que Trabajo Social brinde subsidios o bienes materiales mediante la asistencia social, conlleva a que las y los profesionales realicen terapia como una “sustitución” del contenido material que antes tenía su trabajo.
Al respecto cabe recordar que el neoliberalismo no nace como una alternativa a una “crisis de materialidad”. Esta idea de crisis del Estado de bienestar nace como premisa ideológica del propio neoliberalismo, para justificarse técnicamente como proyecto societal hegemónico.
Bajos sus designios, el Estado continua recaudando impuestos –aunque suponen una lógica deficiente para subsidiar de manera efectiva el sector social- y tiene el contenido económico para dar seguimiento a las políticas sociales que históricamente han sido conquista de las clases trabajadoras y concesión de los dirigentes políticos ligados al capital, sin embargo, los recursos se desvían paulatinamente a la compra de servicios privados (tercerización de servicios sociales), la inversión en obra pública deja de ser prioridad y hay cantidades significativas que se desvían bajo la lógica del clientelismo político hacia el sector empresarial.
Por eso no se puede afirmar que el neoliberalismo se da por escasez de recursos del Estado, sino por la imposición de medidas de ajuste de los organismos financieros internacionales, y por el beneplácito de la clase hegemónica con estas medidas y con la apertura de los mercados para la transnacionalización de la economía.
Por ende, la falacia de este mito corresponde al hecho de que la atención terapéutica tiene su origen en Trabajo Social en el surgimiento del Estado de Bienestar –al menos en el caso costarricense- en los años 50 del siglo pasado, y precisamente en las dos décadas siguientes, época expansiva del sector público y de las políticas sociales. Los procesos terapéuticos van tomando mayor fuerza, y es por causa de algunos de los planteamientos de la reconceptualización que sufren una crisis de legitimidad académica (Rojas, 2007). No se trata entonces de un proceso de trabajo que adviene con el neoliberalismo o que encuentre su momento de auge en este periodo. Se aprecia por ende, que esta tesis carece de sentido histórico.
Otro aspecto relevante de mencionar, es que los procesos terapéuticos, desde sus orígenes, han estado ligados a objetos muy particulares que generan demandas que requieren este tipo de respuesta. Dicho en términos de un ejemplo, la profesión no asume labores terapéuticas ante objetos como la pobreza. Con esto se quiere denotar que si existe un tipo de acción profesional destinada a crear resignación y aceptación de las personas con respecto a su situación particular (sea por la falta de recursos institucionales o por un proyecto ético-político como el neoliberalismo), bajo ninguna circunstancia este tipo de intervención puede ser denominada como terapéutica.
Se considera que las labores terapéuticas deben realizarse cuando realmente lo ameritan, ya que no son sustitutos de otra clase de acciones profesionales. Para esto es esencial valorar –mediante la investigación que acompaña la intervención profesional- si la situación presentada requiere una respuesta terapéutica y si las personas pueden y están dispuestas a desarrollar el proceso consiguiente (Rojas, 2007 b).
En el desarrollo histórico de la profesión, los objetos particulares, las bases teórico-metodológicas y técnico-operativas de los procesos terapéuticos han ido cambiando, logrando legitimarse en tanto la clase trabajadora continua presentando situaciones que generan profundas secuelas en su vida afectiva y en sus vínculos. Las labores de carácter terapéutico por ende no advienen con el neoliberalismo, y no son una sustitución de otro tipo de respuestas.
Propuesta desmitificadora:
Siempre desde una pretendida interpretación materialista de la terapia, este nuevo mito parte de una ficticia separación entre lo objetivo y lo subjetivo, sobre la base de una concepción mecanicista que le asigna a la finalidad terapéutica un objeto exclusivo: la dimensión no tangible y especulativa de la existencia humana, así como la creación de ideas y percepciones sobre la vivencia cotidiana. En este sentido, este mito guarda relación con el anterior que concibe a la intervención terapéutica como una práctica con pretensiones de disociarse de la realidad material.
Siguiendo a Lagarde (2005) por subjetividad se entiende la particular concepción del mundo y de la vida del sujeto, que está constituida por normas, valores, creencias, lenguajes y formas de aprehender el mundo. La subjetividad se estructura a partir del lugar que cada persona ocupa en la sociedad y se organiza mediante las formas de percibir, sentir, racionalizar y accionar sobre la realidad. Está entonces circunscrita a una realidad social, y a su vez como indica esta autora “es la elaboración única que hace el sujeto de su experiencia vital” (Lagarde, 2005:34).
Como puede apreciarse, si nos apegamos a esta definición podemos entender que la subjetividad no es un campo exclusivo de los procesos terapéuticos. Muy por el contrario es un elemento arraigado a la totalidad de la existencia humana y compete a sus más variadas dimensiones (sociabilidad, ocio, sexualidad, creación de conocimientos, lenguaje, estética, etc.)
Por otra parte, desde la tradición marxista, la separación entre subjetividad y objetividad resulta insostenible. Al respecto el propio Marx en sus tesis 6 y 7 sobre Feuerbach plantea lo siguiente:
“Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es en realidad, el conjunto de las relaciones sociales.... Feurbach no ve, por tanto que el “sentimiento religioso” es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad” (comillas e itálicas en el original) (Marx: 1973:9)
Por sentimiento religioso, el autor hace referencia a explicaciones metafísicas y extraterrenales sobre la existencia humana. En esta frase Marx no niega la existencia y pertinencia de dichas explicaciones (que constituyen subjetividad) por el contrario señala que las mismas dependen del desarrollo de las personas en sus condiciones de existencia (producto social).
Si bien lo subjetivo pertenece a cada persona –los pensamientos, emociones y sentimientos siempre “pertenecen” a alguien- lo subjetivo es también actividad del sujeto. Subjetivo no es sinónimo de subjetivismo, este última categoría se refiere a considerar que el sujeto es capaz de pensar, conocer, sentir, etcétera, sin un referente concreto. Se entiende que lo subjetivo tiene un referente objetivo, la realidad misma, donde cada vivencia del sujeto no está cerrada en sí misma, sino relacionada dialécticamente con el mundo objetivo (Rubinstein, 1963). En este sentido es necesario distinguir subjetividad de subjetivismo, y por ende no caer en la negación de la subjetividad.
No puede entonces concebirse la posibilidad de trabajar sobre la subjetividad de la existencia humana, si las bases objetivas materiales de la realidad no lo permiten. Dicho en otras palabras, los procesos terapéuticos dependen de condiciones materiales concretas para lograr el cumplimiento de sus fines. Por ejemplo: resultaría imposible para cualquier trabajadora o trabajador social por más calificado que esté, tratar las secuelas dejadas por la violencia intrafamiliar si la persona atendida continúa conviviendo con la persona que le violenta. De igual forma resultaría imposible además, trabajar cualquier temática que atañe a la subjetividad o a los vínculos de una persona, mientras esta afronte un problema de supervivencia cotidiana que le reduce a un permanente ámbito de inmediatez.
En conclusión, es inadecuado fragmentar la realidad de esta manera, ya que aunque la terapia se sitúa principal y aparencialmente en aspectos subjetivos, estos se materializan en acciones de las personas. En otras palabras, lo subjetivo no se reduce a lo terapéutico y viceversa.
Propuesta desmitificadora:
Este mito constituye un completo anatema, que recupera el espíritu -y también los errores- de la Reconceptualización. Sostenerlo elude por completo la propia naturaleza de la profesión y sobre valora sus dimensiones y posibilidades políticas.
Desde una postura histórico-crítica, la génesis de la profesión ha sido explicada como resultado del surgimiento de políticas sociales para atender las consecuencias de la contradicción capital/trabajo en la sociedad capitalista madura. Las mismas son promulgadas como respuesta a la presión de los movimientos sociales como una estrategia en la lucha de clases. El surgimiento de estas políticas plantearon la necesidad de un trabajador especializado con la capacidad técnica y teórica para llevarlas a cabo, ese trabajador es el profesional en Trabajo Social (Iamamoto, 1997; Martinelli, 1997; Montaño, 1998; Netto, 1992)
Partiendo de la explicación anterior, se puede concluir que no sólo la atención terapéutica afronta límites ante la “cuestión social”; el propio Trabajo Social nacido en la sociedad capitalista como estrategia en la lucha de clases, presenta como totalidad (o sea sin exceptuar ninguna de sus manifestaciones profesionales o académicas) limitaciones ante la cuestión social; no es esta una prerrogativa exclusiva a la intervención con finalidad terapéutica.
Proponer el abandono de una forma particular de intervención, sobre la base de una mal interpretada y fundamentada consecuencia teórica abstracta, conlleva negar la inserción de la profesión en la división socio técnica del trabajo y consecuentemente, renunciar a un nicho dentro del mercado laboral, que se ha constituido como tal a partir de la legitimación que históricamente han construido las y los profesionales.
El Trabajo Social debe reconocer con claridad las diferentes facetas de las manifestaciones de la “cuestión social”, una de ellas es el sufrimiento humano, producto de situaciones que atentan contra la dignidad, o que son producto de un evento esperado o inesperado que afecta directamente a las personas con las que trabajamos.
Sexto Mito: “Toda labor terapéutica es reproductora del status quo, por lo tanto su esencia es conservadora”.
Propuesta desmitificadora:
Valorar toda labor terapéutica como conservadora es un juicio apriorístico que poco tiene que ver con las razones por las cuales los trabajadores y trabajadoras sociales realizan este tipo de labor, y omite el estudio meticuloso de la realidad concreta en la cual se ha desarrollado la profesión.
La justificación teórica de este mito parte de dos ideas, la primera tiene que ver el asumir que la atención terapeutica tiene una intencionalidad propia y mecánica. La segunda se centra en otro mito de largo aliento en la profesión, como lo es la sobrevaloración de las posibilidades políticas de ésta y la pretensión de que sustituya los movimientos sociales.
La primera idea referida no debería encontrar raigambre en la tradición marxista. Al respecto Lukács (Abendroth, Heinz y Kofler: 1971) señala que únicamente tienen teleología los individuos y las clases sociales, dejando por fuera la sociedad como totalidad -porque equivaldría afirmar la existencia de un único proyecto societal con características de destino inevitable-.
Contrario a lo que plantea Lukács, este mito le asigna una teleología propia a los procesos terapéuticos, colocándolos más allá de la autonomía del agente profesional, como persona con libertad para la toma de decisiones y para la toma de posición con respecto a la realidad. Dicho en otros términos, este mito plantea una reificación de la atención terapéutica, o sea se le presenta como una práctica reiterativa que se reproduce a sí misma por sí misma, poniéndola fuera del alcance de quienes la desarrollan -como puede observarse una concepción totalmente idealista-.
Un ejemplo histórico de lo inadecuado de la sobregeneralización teleológica podría ser el siguiente. A pesar de que la medicina fue utilizada por los nazis como medio de consecución de fines éticamente cuestionables tales como: eugenesia selectiva, “limpieza étnica”, experimentación humana para armas biológicas y químicas, entre otras barbaridades; a nadie le pasó nunca por la mente señalar que la medicina encarnaba un proyecto profesional endógenamente siniestro; y menos todavía proponer su eliminación como profesión en función de la finalidad que se le dio. Tampoco se cuestionó su legitimidad social como profesión que permite curar, tratar e investigar padecimientos humanos.
La segunda idea es de larga raigambre en el ideario profesional, que transporta a la época de desarrollo teórico metodológico de la profesión en la Reconceptualización, donde se proponían las posibilidades de la profesión de jugar un rol protagónico en la transformación social y aún en la revolución (!). [8]
Lo primero que habría que tener claro es que la propia génesis de la profesión obedeció a una estrategia de la lucha de clases destinada a la manutención del status quo, o sea no constituye una propiedad exclusiva de las labores terapéuticas. Ahora bien, por una cuestión de lógica dialéctica e histórica, esta marca de nacimiento no constituye una determinante fatalista e irremediable, al ser que la profesión en general y la finalidad terapéutica en particular, constituyen proyectos humanos que históricamente pueden asumir el rumbo que le impriman quienes los llevan a cabo. En conclusión, no quedan deterministamente amarrados a una marca indeleble de nacimiento.
Las reflexiones teórico-metodológicas desarrolladas hasta el momento nos permiten llegar a varias conclusiones generales en torno al problema que nos ocupa.
La primera de ellas tiene que ver con la naturaleza de los servicios con finalidad terapéutica desarrollados desde la profesión. Actualmente se está desarrollando en nuestro contexto una discusión al respecto en la que se ha objetado la pertinencia de considerar esta forma particular de intervención como una dimensión del Trabajo Social. Otras personas objetan inclusive el que se le pueda considerar como un proceso de trabajo. La conclusión a la que se aborda con este estudio es que la particularidad de lo terapéutico en los servicios producidos desde Trabajo Social hacen alusión al valor de uso de los mismos. En vista de esto, dichos servicios constituyen productos socialmente necesarios y su valor de uso parte de una necesidad real de las poblaciones que son atendidas mediante políticas sociales: la contención y el proceso de translaboración y cambio, ante diversas circunstancias dolorosas y difíciles de sobrellevar sin acompañamiento profesional.
Como segunda conclusión tenemos que al igual que buena parte de las necesidades humanas en el contexto de la sociedad capitalista, la atención terapéutica y la forma en que esta se satisfaga puede verse alienada. Esto implica que existe la posibilidad real de que este proceso de trabajo, como satisfactor, pueda direccionarse hacia proyectos ético-políticos conservadores. Pese a este peligro, esto no implica que la intervención de carácter terapéutico sea necesariamente un saber y una práctica alienada y alienante en sí misma, que aprisiona determinista e irremediablemente a quien la brinda y a quien la recibe.
En tercer lugar, puede observarse que en torno a este problema no ha existido en nuestro contexto una verdadera elaboración teórico-metodológica. La problematización ha girado en torno exclusivamente en la creación de construcciones mitológicas limitadas en función de que su valor no es explicativo sino ideológico, en tanto procuran crear una (falsa) conciencia sobre esta particular forma de trabajo profesional centrada en la descalificación a priori.
Finalmente, parte de la intención del y la autora es señalar que en función de su valor de uso y de la atención de necesidades concretas, esta forma de trabajo profesional goza de una importante legitimidad social que ha posicionado beneficiosamente a la profesión ante la población meta de las políticas sociales así como de una no menos importante legitimidad funcional que a la postre le ha permitido a la profesión (entre otros factores más) consolidar un espacio en la división socio-técnica del trabajo. Ninguna crítica que se haya esbozado hasta el momento ha tomado en cuenta estos criterios, lo cual constituye un riesgo de pérdida de nichos en el mercado laboral por los cuales se ha luchado a lo largo del tiempo.
Cabe preguntarse por qué desde algunos sectores, principalmente académicos, se propician luchas internas que se orientan a cerrar espacios de trabajo legitimados históricamente, en un contexto de competencia feroz con otras profesiones, que gustosamente asumirán las consecuencias de las discrepancias internas.
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[1] Carolina Rojas es Licenciada y Master en Trabajo Social. César Villegas es Licenciado en Trabajo Social y está concluyendo su tesis te maestría en Trabajo Social. Ambos son docentes de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Costa Rica. (Dirección postal 7-1390-1000 San José. Fax: (506)2511-5154, Email: cvillegash@gmail.com/ caro_rojas_m@yahoo.com).
[2] Publicado En: Rojas Madrigal, Carolina y Villegas Herrera, César (2010). Desafiando mitos: consideraciones sobre la legitimidad de los procesos terapéuticos desarrollados en Trabajo Social. Revista Escenarios n° 15. Argentina
[3] Translaborar es parte del proceso de resolución que hace el sujeto de una situación de crisis. Implica la expresión e identificación de sentimientos y pensamientos ante el suceso crítico o doloroso que generó la crisis. (Ver manejo de este término en la obra de Slaikeu -1993- sobre intervención en crisis).
[4] Teleología es la intencionalidad y consecuentemente la direccionalidad de un proyecto o acción individual o colectiva. La misma procede de las y los propios actores sociales o políticos que los desarrollan.
[5] Es posición de ambos autores que en función de lo anterior, el término “psicologizar” constituye un irrespeto hacia la profesión y disciplina de la Psicología y por tanto su utilización debería ser revisada. Al respecto obsérvese la discusión desarrollada en el Segundo Mito.
[6] Para profundizar al respecto consultar Feixas, Guillem y Miró, María Teresa (1993). Aproximaciones a la psicoterapia: una introducción a los tratamientos psicológicos. España: Ediciones Paidós.
[7] Con esta postura se cumple aquella advertencia que hicieran tanto Netto (2000) como Coutinho (2009) sobre no invadir para no ser invadidos.
[8] Al respecto ver: Ander-Egg y Kruse (1971) , Kisnerman (1974)
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